Rey Abdulá 2 – Príncipes herederos 0

Escrito por  J. Comins y editado por Pilar Comín para AISH

Hasta el estallido de las revueltas a finales del 2010, la transmisión hereditaria del poder político ocupó un lugar privilegiado en la mayoría de los análisis de los países árabes. Desde Trípoli hasta Saná, sus principales y longevos mandatarios parecían haber abonado el terreno para retener la soberanía en el seno de sus familias. Pero, llegado el momento, la calle árabe no ha permitido la perpetuación de los apellidos Gadafi, Mubarak y Abdalá Saleh —entre otros— al frente de sus respectivos países. Esa situación no tiene nada que ver con la de Arabia Saudí, donde los últimos acontecimientos indican que seguirá estando gobernada por el consenso de sus propietarios —la familia al-Saúd—, tanto en el plano nominal como en el fáctico.

La muerte del príncipe heredero, Nayef bin Abdelaziz al-Saúd, el 16 de junio del 2012, supone un duro golpe para la familia real saudí; no solamente por su fama de hombre fuerte del Gobierno y azote de al-Qaeda en la península Arábiga, sino también porque, a mediados de octubre del 2011, fallecía el príncipe Sultán, que desde el 2005 era el primero en la línea de sucesión del rey Abdulá. Con todo, los recientes acontecimientos han provocado la aparición de nuevos rumores y especulaciones acerca de la cuestión sucesoria. El envejecimiento de los miembros más influyentes de la casa real y la existencia de una nueva generación de príncipes —los nietos del rey Abdulaziz— cuya pujanza es creciente, plantean un serio desafío a la imagen de unidad y cohesión que la monarquía pretende transmitir.

La elección del príncipe Salmán como nuevo heredero al trono no ha sorprendido a nadie. Lo que sí ha suscitado algunos comentarios es la extrema celeridad con la que la designación se ha llevado a cabo. El rápido consenso alcanzado por el Comité de Lealtad y la publicación del real decreto —en menos de veinticuatro horas tras el funeral del príncipe Nayef—  puede interpretarse como un mensaje de avenencia interna en el seno del principado saudí. No obstante, no hay que descartar otra hipótesis mucho más sencilla; la que formula que la decisión ya estuviera tomada hace tiempo, teniendo en cuenta que «la Casa de los Saud todavía no está preparada para un gran relevo generacional», como apunta Sami al-Faraj, director del Centro de Estudios Estratégicos de Kuwait.

Desde 1953, tres de las cinco sucesiones se han llevado a cabo ordenadamente. El clan de los Siete Sudairíes[1] ha desempeñado un rol primordial en los asuntos del reino desde que el rey Fahd accediera al trono en 1982. De los cuatro hermanos vivos, solo dos ocupan posiciones políticamente relevantes: el príncipe Salmán, ministro de Defensa, y el príncipe Ahmed, que acaba de ser promocionado como nuevo ministro del Interior y pasa, con 70 años, a ocupar de manera oficiosa el tercer peldaño de la línea sucesoria.

Pero todo puede cambiar si el príncipe Salmán se hace cargo de la jefatura el Estado. El nuevo heredero podría aprovechar su ascendiente como mediador en el seno de la familia real y sus buenas relaciones con los principales dirigentes mundiales —garantizadas, en parte, por su posición como ministro de Defensa[2][2] — para dar paso a la nueva generación de príncipes y, de este modo, favorecer a sus descendientes. Por otra parte, la sucesión saudí representa una oportunidad para el cambio. Para la Casa de los Saúd, la transición generacional del poder se presenta, a la vez, como un reto y como una necesidad impuesta por el actual contexto de convulsión política y social que vive Oriente Próximo. Se trata de una cuestión delicada que afecta directamente a dos esferas de poder interrelacionadas, la diplomacia estadounidense y la familia real saudí, en busca un mismo objetivo: prolongar la hegemonía saudí en un marco de estabilidad regional.

Hay que tener en cuenta que si bien el impacto de la Primavera Árabe ha sido menor en Arabia Saudí que en otros países, el país más influyente de la península Arábiga no es completamente inmune a sus efectos; buena prueba de los recelos del poder es el empleo de la política del palo y la zanahoria en Bahréin y Yemen. En el territorio saudí, las tímidas protestas universitarias que reclaman mayores derechos civiles y políticos podrían acabar propagándose más allá de dicho ámbito. Entre las principales reivindicaciones, destacan aquellas que tienen por objeto la libertad de asociación y de creación de partidos políticos. Sin duda, se trata de una reforma imprescindible si se pretende convertir la Asamblea Consultiva (Majlis as-Shura) en un cuerpo electivo con verdaderas atribuciones políticas.

Por último, en la reputación del príncipe Salmán destacan sus dotes de organización y su capacidad para ejercer un liderazgo juicioso. Uno de sus mayores logros fue la modernización de Riad cuando fue gobernador, sobre todo, por la gestión relacionada con el crecimiento de la población, que ha pasado de los 200 000 habitantes en la década de los sesenta a los cinco millones actuales. El perfil del príncipe Salmán, en principio más liberal que el de su antecesor, no garantiza que las políticas del reino vayan a dar un giro de ciento ochenta grados durante los próximos años. Según Jane Kininmont, experta en Oriente Próximo y Norte de África de Chatham House, «puede que el nuevo príncipe heredero adopte un enfoque más reformista, pero siempre dentro de las limitaciones y líneas rojas del sistema».


[1] Se trata del bloque de hermanos más compacto e influyente en el seno de la familia real saudí, y está formado por los siete hijos nacidos del matrimonio del rey Abdulaziz bin Saud, fundador del Estado moderno de Arabia Saudí en 1932, y su esposa preferida, Hassa bint Ahmed al-Sudairi. El actual monarca saudí no forma parte de dicho clan.

[2] Durante el último decenio, el incremento del presupuesto militar de Arabia Saudí ha sido del 90 %. Según los datos del Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). Dicho gasto representó el 8,7 % del PIB en el 2011. Hace solo unas semanas, el príncipe

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