Yemen: ¡Abran juego, señores!

Escrito por J. Comins y editado por Pilar Comín para AISH

«Os lo digo a todos, desde la Escuela de Guerra: dejad a Yemen en paz, ya es suficiente». Literalmente. Así de rotundas sonaban las palabras del presidente, Abd Rabbuh Mansur Hadi, durante el acto de clausura del curso académico castrense el pasado 18 de julio en Saná. Un mensaje claro y sin paños calientes dirigido a las autoridades iraníes para que dejen de interferir en los asuntos internos de Yemen; una demanda tan contundente como desoída por sus destinatarios si finalmente se confirman las recientes informaciones según las cuales Teherán mantiene una red de espionaje en territorio yemení.

El ministro de Información de Yemen, Ali Ahmed al-Amrani, dijo el pasado lunes 15 de octubre que Irán persigue arruinar a su país y boicotear los progresos de la iniciativa del Consejo de Cooperación del Golfo. Según informan diferentes medios locales, las autoridades yemeníes han destapado seis presuntas células de espionaje iraní que desarrollaban sus actividades en Saná y en el puerto de Adén. Estos grupos, integrados por ciudadanos de Irán, Siria y Yemen, actuaban bajo la cobertura de empresarios e inversores que importaban materiales para supuestos usos civiles. Al parecer, uno de los contenedores inspeccionados transportaba equipamiento para usos militares y estaba destinado a apoyar la rebelión armada en el norte y el movimiento secesionista del sur.

En cualquier caso, no es la primera vez que el suelo yemení se convierte en un casino en el que las potencias extranjeras —árabes y no árabes— juegan sus fichas con el propósito de incrementar su influencia regional. Así ocurrió, por ejemplo, en la guerra que enfrentó a revolucionarios y realistas[1], a partir de 1962 en Yemen del Norte; un golpe de Estado y un escenario que pronto se transformaron en una batalla encubierta entre los ideales del socialismo panarabista de Nasser y los valores del conservadurismo religioso de Arabia Saudí. Durante la década de los setenta, la estabilidad del sur de la península Arábiga se vio comprometida por las lógicas del enfrentamiento este-oeste. La conservadora República de Yemen del Norte —a la sazón respaldada por sus vecinos saudíes y por el bloque occidental— percibió como una amenaza el viraje al socialismo de una recién nacida República Democrática Popular de Yemen, que contaba con el apoyo soviético.

La partida se juega ahora en la misma mesa y con las mismas fichas, aunque cuenta con la presencia de nuevos jugadores. Es el caso de Irán. Se sospecha que, desde 2004, el régimen de los ayatolás ha estado auxiliando a los huzíes en la guerra que estos libran contra las autoridades de Saná y contra la creciente influencia de los elementos salafistas en las provincias del norte. Aunque, por el momento, no ha salido a la luz ninguna prueba que permita ir más allá de las meras conjeturas. Con todo, el temblor político provocado por la llamada primavera árabe supone una ventana de oportunidades para Irán. Este país se ve a sí mismo como un referente contestatario con proyección internacional, lo que le ha permitido recontextualizar parte de la narrativa de la revolución islámica de 1979. Además, su capacidad de influencia en la península Arábiga es directamente proporcional a la represión que el Gobierno saudí ejerce sobre la población chií de la zona oriental de su país y a la contención de los bahreiníes.

De certificarse su existencia, las operaciones de influencia iraní en Yemen podrían catalogarse como maniobras de distracción encargadas de crear una gotera en el patio trasero de Arabia Saudí; un señuelo mientras se consolida el denominado arco chií que va desde Irán a Líbano, pasando por Siria, Iraq y Gaza. De momento, atribuir a estas acciones una mayor profundidad estratégica —por ejemplo, llegar a ejercer cierto control sobre el estrecho de Bab al-Mandab— carece de sentido. Cualquier iniciativa en esta dirección supondría franquear una línea roja que las potencias occidentales no parecen dispuestas a aceptar. Sobre todo, porque de no ser así, Irán estaría en condiciones de extender su influencia —además de la que ya tiene sobre el estrecho de Ormuz— sobre otro de los principales cuellos de botella de la navegación marítima internacional.

Al mismo tiempo, la política interna yemení avanza por la senda de la incertidumbre ante las posibilidades de fracaso del diálogo nacional, que comenzará el próximo 15 de noviembre. La presencia de los huzíes parece asegurada. En cambio, la participación de los líderes sureños sigue siendo, hoy en día, un sueño imposible. Hay que recordar que ambos movimientos de oposición —además de al-Qaeda— figuran entre los potenciales beneficiarios de un vacío de poder en Yemen. En consecuencia, el riesgo de secesión por las armas podría transformarse en una amenaza creciente para la estabilidad del país si, como asegura su Gobierno, la mano de Irán refuerza las capacidades de unos actores completamente motivados.  

 


[1] Realistas y revolucionarios eran, respectivamente, los partidarios y detractores del heredero del imán Ahmad, Mohammad al-Bader, en Yemen del Norte.

 

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