Seguridad nacional, amenazas y respuestas
Luis de la Corte y José María Blanco (Coord.)
Madrid: LID Editorial, 2014
ISBN: 9788483569207
La seguridad es una noción indisociable de la propia historia de la humanidad. En su forma más genérica, constituye una aspiración individual y colectiva que, tamizada por las guerras del siglo xx, llegó a convertirse en fuente de inspiración de los dos grandes proyectos universales para la construcción de la paz: la Sociedad de Naciones, en 1919, y la Organización de las Naciones Unidas, en 1945. Desde entonces, su conceptualización ha ido adquiriendo tonalidades y matices según evolucionaba del propio sistema internacional. De manera que si durante la Guerra Fría la seguridad se identificaba con el interés nacional de los Estados como sujetos con entidad propia, hoy en día parece difícil hablar de aquella sin referirse a su dimensión humana y su vinculación con los objetivos del desarrollo.
El manual que aquí se presenta sigue una estructura gradual, lógica, que comienza con una aproximación a la seguridad nacional a partir de su necesaria delimitación conceptual, contextualización y evolución (capítulo 1). Tras un breve recorrido por el tornadizo paisaje geopolítico del mundo actual (capítulo 2), se abordan los potenciadores del riesgo (capítulo 3) para continuar con un análisis pormenorizado de las principales amenazas identificadas en la Estrategia de Seguridad Nacional 2013[1] (capítulos 4-15). En el último apartado (capítulo 16), se examinan algunas propuestas metodológicas para la toma de decisiones y se da cuenta de las potencialidades del enfoque prospectivo como mapa cognitivo integral y estructurado, a la vez que flexible, para encontrar el camino más adecuado entre conocimiento actual y expectativas —que no predicciones— sobre el futuro.
En términos generales, estamos ante una obra colectiva que examina —exhaustivamente y desde un punto de vista tanto académico como profesional— el capítulo tercero de la ESN-2013, titulado «Los riesgos y amenazas para la Seguridad Nacional» y rematado en apenas veinte páginas. Por tanto, lo primero que debe apuntarse es que se trata de una aportación cuya principal fortaleza reside en colmar de significado un documento oficial que, por su propia naturaleza, resulta parco y concreto.
De ahí que el componente central del texto venga precedido, a modo de introducción, por una reflexión esencial sobre el panorama geoestratégico del siglo xxi que repara en los actores, actuales configuraciones y tendencias del orden mundial. Por ejemplo, la que resulta del principio leading from behind, asumido por una Administración estadounidense que ha desplazado su mirada hacia el Pacífico y el perímetro marítimo euroasiático. Y que, en consecuencia, pone de relieve la progresiva responsabilidad que Europa deberá ir tomando en relación con su seguridad, primordialmente en sus contornos geográficos: la región de los Balcanes, Oriente Próximo y el Sahel.
Se trata, asimismo, de un análisis sosegado que no rehúye la crítica constructiva. Tanto es así que, desde el minuto cero, ya se apuntan las vulnerabilidades más habituales en la elaboración de cualquier estrategia de seguridad nacional: su aprobación sin un amplio consenso político, la ambigüedad de los conceptos y la ausencia de enfoque metodológico. A caballo entre los dos últimos puntos se situaría, en cierto modo, nuestra ESN-2013. Pues, según los coordinadores del libro, en su definición de seguridad nacional se confunden fines con medios y no se especifican con claridad cuáles son los intereses nacionales.
Otra de las críticas registradas en el texto pone de relieve la necesidad de dejar atrás las escleróticas burocracias y sustituirlas por soluciones innovadoras. Solo así se podrán ofrecer respuestas satisfactorias, por ejemplo, ante las cada vez más resistentes y flexibles estructuras de criminalidad organizada. O frente a los retos planteados por una nueva tendencia: el «microespionaje de múltiples actores que actuarán masiva y continuamente» con sus teléfonos móviles y de forma individual, sin adscripción a los organismos de inteligencia en el sentido clásico. En el plano de la ciberseguridad, la superación de los «paradigmas clásicos» pasa, inevitablemente, por la cooperación entre el sector público y la industria tecnológica.
Uno de los ejes transversales de la obra es, justamente, la concepción de la seguridad como responsabilidad compartida. Por un lado, puede señalarse que el enorme impacto de las infraestructuras críticas en nuestro bienestar diario nos hace extremadamente vulnerables; pero, a su vez, nos convierte en cómplices y copartícipes de unos intereses de seguridad común y, en consecuencia, nos acerca a la idea de «defensa civil» anglosajona. Por el otro, «debe subrayarse la imperiosa necesidad de colaboración ciudadana» para frenar los procesos de radicalización terrorista, como sostiene el profesor y coordinador del texto Luis de la Corte.
Para ello, será preciso edificar una cultura de seguridad nacional y propagarla entre todos los sectores sociales, de manera que cobren sentido las rúbricas «Una responsabilidad de todos» (Estrategia Española de Seguridad 2011) y «Un proyecto compartido» (ESN-2013). E igualmente, deberá confiarse en herramientas y métodos de decisión alejados de «recetas antiguas». En ese aspecto, resultará esencial la aplicación del enfoque prospectivo como «instrumento básico de planificación estratégica» que permita ordenar la realidad y anticipar las amenazas.
Para concluir, y a modo de comentario asimismo constructivo, conviene señalar que hubiera sido interesante abordar el tema de nuestro sistema de seguridad nacional con mayor detenimiento; pues se trata de una cuestión que se ventila en un escaso epígrafe (3. 6) y una somera referencia a la composición y funciones del Consejo de Seguridad Nacional (CSN)[2], creado en 2013. Pero nada se dice, por ejemplo, sobre los otros organismos que integran el sistema, tales como el Departamento de Seguridad Nacional (DSN)[3], que sucedió al Departamento de Infraestructura y Seguimiento de Situaciones de Crisis (DISSC) en 2012. Tampoco se alude ni a la creación de los Consejos Nacionales de Seguridad Marítima (CNSM) y Ciberseguridad (CNCS), ni a la del Comité de Situación (CS), que actuará bajo las directrices político-estratégicas del CSN en las crisis para las que sea requerido y será presidido por el Director de Gabinete de la Presidencia del Gobierno[4]. De todos modos, se trata de elementos abiertos que, como el caso de la postergada aunque finalmente promulgada Ley Orgánica de Seguridad Nacional, bien podrían valer una nueva edición con el imaginario título Seguridad nacional: instituciones, amenazas y respuestas.
[1] En adelante, ESN-2013.
[2] Real Decreto 385/2013, de 31 de mayo, de modificación del Real Decreto 1886/2011, de 30 de diciembre, por el que se establecen las Comisiones Delegadas del Gobierno, ya que este ha pasado a asumir esa función para el caso de las crisis de seguridad nacional.
[3] Real Decreto 1119/2012, de 20 de julio, de modificación del Real Decreto 83/2012, de 13 de enero, por el que se estructura la Presidencia del Gobierno. Asimismo, el DSN actúa como Secretaría Técnica y órgano de trabajo permanente del Consejo de Seguridad Nacional.
[4] En julio de 2014 se dispuso la creación del Comité Especializado de Inmigración. Y en octubre del mismo año, se procedía a integrar el Centro de Inteligencia contra el Crimen Organizado (CICO) y el Centro Nacional de Coordinación Antiterrorista (CNCA). Las funciones de ambos son asumidas por el nuevo Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado (CITCO), con dependencia directa de la Secretaría de Estado de Seguridad.